La esperanza es el ancla de nuestra fe y el motor que nos impulsa a vivir y servir como cuerpo de Cristo en este mundo. Cuando vemos la situación de muchos a nuestro alrededor —la soledad, la necesidad económica, la enfermedad— es fácil desanimarse, pero en medio de cada dificultad, Dios nos recuerda que nuestra esperanza no está en lo que vemos, sino en Aquel que todo lo puede y lo transforma.
«El Señor es bueno con quienes en Él confían, con todos los que lo buscan»
(Lamentaciones 3:25)
Este versículo nos muestra el carácter fiel de Dios y cómo, al confiar en Él, podemos ser reflejo de Su amor en nuestras comunidades. La esperanza en Cristo no es pasiva, sino activa. Como iglesia, estamos llamados a ser sus manos y pies, extendiendo Su amor y ayuda a quienes más lo necesitan.
- La Iglesia, Un Faro de Esperanza
Cristo nos llamó a ser luz del mundo y sal de la tierra (Mateo 5:13-16). Esto significa que nuestra fe debe trascender las palabras y convertirse en acciones concretas que lleven esperanza. Hay familias que pasan por momentos de incertidumbre, jóvenes sin dirección, ancianos en soledad. Como iglesia, tenemos la responsabilidad de ofrecer consuelo y apoyo práctico.
Cada pequeño acto de servicio cuenta. Puede ser una visita, una palabra de ánimo, o una ayuda material para alguien en crisis. Cada vez que extendemos una mano, estamos mostrando a Cristo y recordando que nuestra esperanza es eterna y firme.
- La Esperanza que Nos Une
La verdadera esperanza que tenemos en Jesús nos une como familia en la fe y nos mueve a mirar a los demás con compasión. La iglesia no es solo un lugar de encuentro, sino una comunidad que trabaja junta para impactar su entorno. Esta visión nos invita a unir esfuerzos para dar y servir, sabiendo que cada semilla de amor y ayuda social que sembramos, Dios la hace crecer.
«Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recibisteis»
(Mateo 25:35).
Estas palabras de Jesús nos recuerdan que servir a otros es una expresión directa de nuestro amor por Dios. Que cada uno de nosotros pueda ser impulsado por esta esperanza viva, con la convicción de que, al ayudar y llevar consuelo, estamos sirviendo a nuestro Señor.
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