“Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios…”
(1 Juan 3:1a)
Cuando escuchamos la palabra “padre”, cada uno de nosotros la asocia con experiencias distintas. Para algunos, trae a la mente recuerdos de amor, protección y guía. Para otros, puede evocar sentimientos de ausencia, dolor o decepción. Nuestra experiencia terrenal con la paternidad puede afectar la manera en que percibimos a Dios. Sin embargo, la Biblia nos muestra que Él es el Padre perfecto, aquel en quien podemos confiar completamente, porque Su amor no falla, Su presencia no se aleja y Su cuidado es eterno.
Dios no es un padre distante ni indiferente. La Escritura nos revela Su carácter: un Padre que ama sin condiciones, que provee, que corrige con justicia y que guía con sabiduría. Él es el Padre que se goza con Sus hijos, que se inclina para escuchar nuestras oraciones y que extiende Sus brazos para levantarnos cuando caemos. No importa cuáles hayan sido nuestras experiencias con la paternidad terrenal, Dios nos invita a descubrir en Él la imagen del Padre que anhela una relación íntima con Sus hijos.
Un Padre que ama y adopta
Desde el principio, Dios nos creó con el deseo de ser nuestro Padre. Sin embargo, el pecado nos alejó de esa relación. Aun así, Su amor no se extinguió, y a través de Jesucristo, Él nos hizo Sus hijos nuevamente. La Biblia dice en Romanos 8:15:
“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”
Esta verdad transforma nuestra identidad. Ya no somos huérfanos espirituales, ni esclavos del miedo o la condenación. Dios nos ha adoptado en Su familia, nos ha dado un nuevo nombre y un propósito eterno. Podemos acercarnos a Él con confianza, llamándolo “Abba”, una expresión de ternura que significa “papá”.
Un Padre que provee y cuida
Jesús nos enseñó a confiar en Dios como nuestro Padre proveedor. En Mateo 6:26, Él dijo:
“Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
Si Dios cuida de las aves, ¿cuánto más cuidará de nosotros, Sus hijos? A veces nos preocupamos por el futuro, por nuestras necesidades, por las circunstancias que no entendemos. Pero Dios nos recuerda que Él es un Padre fiel, que suple lo que necesitamos en el momento oportuno.
Un Padre que disciplina con amor
El amor de Dios como Padre no significa que siempre nos dará lo que queremos, sino que nos dará lo que necesitamos. En Hebreos 12:6, leemos:
“Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.”
A veces, la corrección de Dios puede ser difícil de aceptar, pero siempre es para nuestro bien. Él no nos castiga por enojo ni nos rechaza cuando fallamos. En cambio, nos corrige para moldearnos y hacernos más como Cristo. Su disciplina es una prueba de que somos verdaderamente sus hijos.
Un Padre que nunca nos abandona
Una de las mayores promesas que Dios nos da es Su presencia constante. En Deuteronomio 31:8, dice:
“Jehová es el que va delante de ti; Él estará contigo, no te dejará, ni te desamparará; no temas ni te intimides.”
A diferencia de los padres terrenales, que pueden fallar, abandonar o estar limitados por sus circunstancias, Dios nunca nos dejará. No importa cuán lejos sintamos que estamos de Él, Su amor nos sigue buscando.
Viviendo como hijos de Dios
A lo largo de este mes, exploraremos las diferentes cualidades de Dios como Padre. Te animo a que reflexiones en estas preguntas:
- ¿Cómo ha impactado mi experiencia con la paternidad terrenal mi visión de Dios?
- ¿Confío realmente en Dios como mi Padre amoroso y fiel?
- ¿Cómo puedo vivir con mayor seguridad en mi identidad como hijo de Dios?
0 comentarios