“Antes bien, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”
(1 Pedro 1:15-16)
Cuando hablamos de santidad, muchos piensan en algo distante, casi imposible de alcanzar. Sin embargo, en la Biblia, santidad no significa perfección humana, sino apartarse para Dios, vivir de una manera que refleje su carácter en cada área de nuestra vida.
La vida cristiana no se vive en soledad; somos parte de un cuerpo, una comunidad que respira, crece y se fortalece junta. Así como en un cuerpo humano, cuando un miembro se enferma todo el organismo lo siente, también en la Iglesia la salud espiritual de cada persona afecta al conjunto. Por eso, vivir santos y sanos espiritualmente no es solo un beneficio personal: es un compromiso de amor con los demás.
La importancia de reconocer y decidir sanar:
Uno de los pasos más poderosos hacia la santidad es reconocer cuando estamos heridos o debilitados. Callar, esconder o ignorar nuestras luchas no nos hace fuertes; nos hace más vulnerables. Al contrario, traerlas a la luz nos abre el camino a la restauración.
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9)
Decidir ser sanos espiritualmente es un acto de humildad, pero también de valentía. Es reconocer que necesitamos al Médico de nuestras almas, y que, en comunidad, podemos apoyarnos mutuamente para sanar y crecer.
Santidad que fortalece a la comunidad:
Cuando un joven, una familia o una iglesia entera deciden vivir en santidad, los frutos son palpables:
Se fortalece la unidad: dejamos de competir y comenzamos a edificar.
Nace un ambiente de confianza: donde se puede hablar con transparencia y recibir apoyo.
Se libera el mover del Espíritu Santo: pues Dios habita donde hay limpieza y verdad.
Se da testimonio real al mundo: mostrando que sí es posible vivir con propósito y pureza.
La santidad no es solo un llamado personal, sino una responsabilidad comunitaria. Cada paso hacia la santidad individual bendice y edifica a todo el cuerpo.
El legado que dejamos:
Los jóvenes y adolescentes necesitan modelos vivos, no perfectos, pero sí auténticos. Personas que muestren que la santidad es posible, que caerse no es el final y que levantarse en Cristo es la verdadera victoria.
Vivir santos hoy significa dejar un legado sólido para las generaciones que nos siguen. Ese legado no está en las cosas materiales que dejemos, sino en el testimonio de fe que sembramos en otros. Una iglesia sana espiritualmente se convierte en un faro que guía a quienes están buscando dirección y esperanza.
“Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Proverbios 22:6)
Aspectos positivos de decidir ser sanos espiritualmente:
Trae libertad personal – ya no somos esclavos de las cadenas ocultas.
Fortalece la comunidad – una iglesia sana es una iglesia fuerte.
Multiplica el testimonio – otros son inspirados a buscar a Dios al ver tu vida.
Genera confianza – la transparencia abre puertas al amor genuino.
Crea un legado eterno – lo que sembramos en santidad, dará fruto en otras generaciones.

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