A lo largo del Nuevo Testamento, observamos cómo Pablo, a través de sus cartas y a pesar de las dificultades que enfrentaba, se presentaba como un amigo, protector y guía amoroso. Él nunca dejó de preocuparse por la fe de su familia espiritual, defendiendo su integridad incluso a costa de su propia libertad.
El pasaje de hoy es una muestra clara del compromiso de Pablo con el evangelio y su enorme pasión en acción. Sin embargo también es una seria advertencia a la iglesia de Filipos: «Cuídense de esos perros, cuídense de esos que hacen el mal». Como puedes ver, sus palabras no tienen la intención de suavizar lo que estaba ocurriendo, al contrario, es una indicación directa, dejando claro que no está dispuesto a que sus amigos sean engañados por enseñanzas que intenten reemplazar la gracia de Dios con esfuerzos humanos.
Es evidente que la carta a los filipenses fue escrita hace muchos años y en ella, el apóstol se dirigía a un grupo específico que intentaba imponer leyes antiguas.
Sin embargo, su consejo sigue siendo relevante para nosotros hoy. El amor de Pablo por sus amigos es muy inspirador y al mismo tiempo, nos desafía a pensar en la fe de nuestros amigos. ¿Tú, lo haces a menudo?
Si no has orado por ellos recientemente, no te preocupes, siempre es un buen momento para hacerlo. Dedica un momento para pedirle a Dios que te dé el valor para interceder por la fe de tus amigos. Es más, ahí donde estés o en medio de lo que estás haciendo, repite conmigo: «Señor, dame la fuerza y la sabiduría para actuar como Pablo y dame la certeza de que tú harás lo que prometiste en mi vida y en la de mis amigos».
En un mundo que continuamente intenta alejarnos de nuestra fe y en el que constantemente estamos rodeados de mensajes que promueven una vida centrada en nosotros mismos, en la acumulación de riquezas y en basar nuestra identidad en logros personales, las palabras de Pablo resuenan aún con más fuerza: «¡Cuidado! No permitas que las mentiras del mundo te desvíen de la verdad que da vida».
Recuerda: eres alguien que sirve a Dios con todo el corazón, que encuentra su verdadero orgullo en Cristo Jesús, y que no confía en sus propios méritos, sino en la infinita gracia de Dios.
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