Protegidos por la armadura de Dios

Cuando aceptamos a Jesús como el Señor y Salvador de nuestra vida, asumimos dos roles: somos miembros de su familia y guerreros en el reino espiritual. Como bien señaló Pablo, el camino de la fe no es un paseo tranquilo; es una buena batalla llena de desafíos y triunfos, de pruebas y victorias.

Pablo entiende que hay fuerzas que trabajan contra nosotros: el enemigo, potestades y hasta nuestra propia carne. Pero hay una buena noticia: Jesús nos ha equipado con una armadura espiritual, así que no estamos solos ni desprovistos en esta lucha.

Es verdad que a veces podemos sentirnos más derrotados que victoriosos ya que la vida tiene momentos muy difíciles que nos ponen a prueba. Pero Dios nos ha dado herramientas poderosas: la fe y su palabra, para resistir cualquier plan maligno y derribar las fortalezas que limitan nuestro potencial.

Al ponernos la armadura de Dios, estamos revestidos de verdad, justicia, paz y salvación. Y no olvidemos el escudo de la fe, que tiene el poder de «apagar todas las flechas encendidas del maligno.» como dice Pablo. Estas flechas son las mentiras y engaños que nos lanza el enemigo en todo momento, y podemos contrarrestarlas con la verdad que encontramos en la palabra de Dios.

La «espada del Espíritu» es otra manera de referirse a la Escritura, y se complementa con la oración. Ambas son armas poderosas que tenemos a nuestra disposición. El enemigo puede conocer nuestras debilidades, pero no puede vencer la fuerza de Dios que habita en nosotros.

Siempre debemos estar preparados y utilizar las herramientas que Dios nos ha proporcionado. Cada día peleamos una batalla, pero no estamos solos y nunca estaremos desprotegidos. Mantengámonos firmes, revestidos con la armadura de Dios, y viviremos en victoria.

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