Un Dios que no miente 

Pablo inicia la carta a Tito con la intensidad de un tráiler de película, delineando temas que anticipan la relevancia de su mensaje. Desde el primer momento, Pablo afirma su autoridad divina, celebra el evangelio y dirige un saludo afectuoso a Tito. 

Su introducción, una de las más extensas de sus cartas, nos prepara para la profundidad de lo que está por venir. Sin embargo, en medio de la riqueza de este comienzo, una afirmación brilla como un faro, especialmente a la luz de nuestro momento cultural: el autor de la promesa de vida eterna, es «el que no miente». Estas palabras, aparentemente simples, son una respuesta directa al entorno en el que Tito. ministraba: la antigua Creta.

Creta, célebre por su corrupción y engaño, representaba un desierto moral. El orador romano Cicerón describió a los cretenses como personas que glorificaban el robo, y Pablo en Tito 1:12, citó a uno de ellos, a su propio profeta y dijo: Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos»

En un lugar donde la verdad era un bien escaso, los creyentes enfrentaban el reto de mantenerse firmes en un mar de falsedad.

Es en este contexto donde Pablo recalca una verdad inquebrantable: Dios no miente. Frente a un mundo donde la confianza y la verdad se desmoronan, esta afirmación se alza como un pilar de esperanza. Pero, aunque no lo creas, hoy vivimos en un escenario similar. La verdad parece desdibujarse, las instituciones pierden credibilidad y el bien y el mal se confunden. Sin embargo, la declaración de Pablo sigue siendo un faro para nuestra vida: Dios no miente. Su palabra es eterna, sus promesas son seguras, y su fidelidad nunca falla.

¿Qué promesa de Dios necesitas recordar hoy? Reflexiona en ella con confianza. En un mundo lleno de incertidumbre, Dios es la roca inamovible. Aunque todo lo demás falle, él siempre permanece fiel.

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